Dr.
Luis Arocha Mariño.
Prof.
Laura A. Montilla.
Correspondencia:
luisarochaster@gmail.com
Aristóteles
de Estagira (234- AC) nos legó los fundamentos de la racionalidad humana al
proponer que para conocer las cosas, convenía dividirlas en sus partes
componentes y vincularlas unas con otras, fundamentalmente a través de las
relaciones en tiempo y espacio que ocurría entre ellas, amén del
establecimiento de los vínculos causales de producción de los fenómenos estudiados.
Así nació la cultura occidental de tradición científica, dando origen a
especialidades y superespecialidades en los campos del saber. La guinda de este
pastel fue colocada por René Descartes cuando separa definitivamente, a los
ojos de los entendidos, la mente del cuerpo, señalando que se trata de dos
mecanismos totalmente independientes. En el campo de la investigación médica –y
humanística- tales conclusiones se ven reflejadas en el trabajo de Thomas
Sydenham quien destaca que para ejercer un dominio del conocimiento médico se
hace necesario conocer cada rasgo de cada enfermedad y describirlo con lujo de
detalles, para armar una taxonomía inequívoca de las posibilidades de enfermar.
También recomienda utilizar el mismo criterio para los tratamientos que se
vayan descubriendo o inventando.
Indudablemente,
estos sabios consejos son sumamente útiles y rendidores, ya que conformar el
pilar sobre el que levantamos la medicina occidental contemporánea. También
permitió el surgimiento de una enorme cantidad de especializaciones que
condujeron al estatus actual, donde -aparente paradoja- hay tantas
especialidades que el ser humano se diluye en ellas. Así, tenemos que si alguna
persona acusa dolor gástrico va al gastroenterólogo, si sufre taquicardia acude
al cardiólogo, llegando al extremo de que entendemos separadas profesiones como
la psiquiatría y la neurología, o incluso más allá, la psiquiatría no es lo
mismo que la psicoterapia… Incluso los esfuerzos actuales por integrar la idea
de un ser humano –persona- detrás del acto médico sufrió una descomposición
similar, al hablar de psiconeuroinmunoendocrinología, por ejemplo. Medio en
serio, medio en broma, alguna vez dijimos:”Si continuamos por este camino,
llegará la psico-neuro-inmuno-endocrino-cardio-gastro-neumo… y pare de contar.
¿Por qué no hablar simplemente de medicina actual?
Sostenemos
que el estatus actual donde continuamos multiplicando las especialidades y no
encontramos la pieza que conecta con la idea de persona, es debido a una
confusión de niveles de organización de la materia-energía (Matergia, a partir
de ahora). Debemos a Gregory Bateson (Bateson) la concepción de que la materia
se organiza en niveles de complejidad creciente y que a medida que asciende
escalonadamente en complejidad, aparecen nuevas leyes o reglas de organización.
Así, el nivel químico contiene un conjunto de reglas de funcionamiento que son
conservadas y reorganizadas en el próximo nivel físico al aparecer la gravedad,
por ejemplo. Los constituyentes del organismo van sufriendo la misma
organización compleja en la medida que las funciones se multiplican. De esta
manera, nuestro sistema nervioso central opera con leyes y categorías distintas
de la periferia orgánica. Esto es lo que explica que para lo infratentorial
tengan validez las premisas lógicas formales y para lo supratentorial
necesitamos otro conjunto de premisas diferentes. Podemos observar, por
ejemplo, que en el nivel del cuerpo periférico las variables se regulan
mediante homeostasis, mientras que en el S.N.C. ocurre un proceso de función
escalonada. Y ¿cuáles son esos patrones formales diferentes que rigen para
nuestro sistema nervioso?
Afortunadamente,
el conocimiento de la física particularmente, se vio profundamente enriquecido
a partir de los finales del siglo IXX y durante todo el siglo XX, con los
aportes del electromagnetismo, la relatividad, la cuántica, la neocibernética,
la teoría de sistemas, los fractales, la holografía, entre otros desarrollos
que permitieron una expansión de las disciplinas derivadas: astronomía, física
de partículas, etc. En esta forma comenzaron a surgir visiones integrativas al
perseguir conexiones y organizaciones superiores de la experiencia de vivir y
entender las cosas, con sus consecuencias tecnológicas a la mano. El darnos cuenta
de que estas nuevas visiones de la realidad nos conducen a una expansión del
dominio de nuestro saber y de las estrategias para abordarlo y perfeccionarlo,
trajo consecuencias en el conocimiento específico de cómo trabaja nuestro
cerebro.
¿Cuáles
son las reglas que están detrás del funcionamiento particular y único del
cerebro humano?
A
la luz de los conocimientos actuales, lo que ocurre en nuestro sistema nervioso
central se parece más a la lógica de las partículas subatómicas que a la lógica
Aristotélica correspondiente a nuestro mesomundo (el mundo adecuado a nuestras
percepciones naturales), trayendo como consecuencia que las relaciones
mente-cuerpo constituyan un holograma representacional que dirige a la
periferia. Ya son muchas las investigaciones que demuestran este papel de
“junta directiva” que nuestro cerebro-mente juega sobre las respuestas
orgánicas que llevamos a cabo. De esta forma podemos entender cómo existen
enfermedades en personas enfermas que, a su vez, favorecen o restringen la
expresión patológica, cualquiera que ésta sea. Dando origen a lo que
podemos llamar la enfermedad única, es decir estados que son producidos y
mantenidos en una riquísima relación entre nuestro sistema nervioso central y
el resto del cuerpo. Ya no necesitamos recurrir a términos obsoletos como
“medicina psicosomática” o “enfermedades emocionales”, sino que debemos
prepararnos y formarnos para atender a nuestros pacientes como personas que
transitan un estado particular producido por la forma como respondemos
holográmicamente a agentes tóxicos, bien sea que estos provengan del exterior o
del interior de nuestro cuerpo-mente unificado (preferiría llamarlo persona en
situación, pues el holograma mental abarca el tipo, calidad y condiciones de
vinculación con al menos tres mundos además del propio: físico exterior, social
y espiritual).
Ahora
bien, ¿cuáles son los hallazgos que nos permiten abordar con carácter sanador y
curador el “neuroholograma vital”?
Un
primer aspecto importante es el hecho de que, como personas, somos los únicos
seres del reino animal con una marcada tendencia a la transformación más que a
la adaptación. Basta con mirar brevemente a nuestro alrededor para darnos
cuenta de la enorme capacidad transformadora de nuestra especie, atribuible a cuatro
características distintivas:
1. Aparato
fonador amplio, capaz de transmitir una cuasiinfinita variedad de sonidos.
2. Mano
prensil, capacitada para agarrar con finura y precisión.
3. Existencia
de áreas especializadas en el cerebro para representar y simbolizar valores,
expectativas, el tiempo, espacio y circunstancias.
4. Una
tendencia gregaria a compartir y transmitir de generación en generación los
descubrimientos útiles a la sobrevivencia e invención de nuevas expresiones.
Con
estos rasgos, contamos con las competencias para haber transitado la existencia
de esta manera productiva como lo hemos hecho.
Ahora
bien, nuestro cerebro, desde la perspectiva funcional, se encuentra
departamentalizado, esto es, subgrupos de asambleas neuronales se encargan de
una labor múltiple, simultánea, en paralelo que requiere una coordinación para
hacerse efectiva en la dirección que conduzca a una vida saludable. Por ello
hablamos del SNC como una “junta directiva”, pues se trata de la creación de
congruencia entre componentes de diferente origen y desempeño. Hemos podido
sistematizar y simplificar las macrofunciones cerebrales en Pensamientos,
Sentimientos, Emociones y Acciones (curiosamente arman el acróstico PESA, por
lo que generamos una consigna saludable: “Convierte
lo que te pesa en tu PESA de entrenarte para la vida, a fin de que SEPAs
conducirte feliz y saludablemente con ella”). En la medida en que tal
configuración nos permite, al estar congruentemente entrelazadas, un monto de
energía o masa crítica, como la llama Robertson (Robertson), y dirigirla
inteligentemente en pos de unos resultados, creamos un campo capaz de modificar
respuestas bioquímicas que organizan la materia de forma diferente. Así,
explicamos los cambios que tantos investigadores recogieron sobre el poder de
la “junta directiva” para curar enfermedades y reformular la existencia (Benson), (Escudero), (Simonton), (Spiegel).
Usando un solo proceso mental incidimos sobre los resultados orgánicos. De esta
manera nos sentimos autorizados para decir que la ruta del proceso
salud-enfermedad sigue una vía que cada día despejamos más y más en un sentido
único.
Bibliografía:
· Bateson,
G.: Espíritu y naturaleza,
Amorrortu, B.A. 2002.
·
Benson,
H.: Timeless Healing, Scribner,
N.Y., 1996.
· Escudero,
Ángel: Curación por el pensamiento,
Centro de Noesiterapia, Valencia, 2006.
· Montilla,
L. y L. Arocha: Ten la vida que quieres
y te mereces con NEUROCODEX, ILACOT, Caracas, 2009.
· Simonton,
C. y R. Henson: Sanar es un viaje,
Urano, Barcelona, 1993.
·
Spiegel,
D. et al: The beneficial effects of
psychosocial treatment on survival of metastatic breast cancer patients: A
randomized prospective outcome study. Lancet, 2, 1989, 888-891.
· Volmer,
M. C.: Bases de la
psiconeuroinmunoendocrinología, Salerno, B.A. 2000.
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